viernes, 9 de mayo de 2008

El Olimpo


El Olimpo



Según cuenta la leyenda, los griegos imaginaron que en el Olimpo, la más alta de las montañas de Grecia, estaba la mansión de los dioses. La cima de este monte estaba siempre nevada y emergía por encima de las nubes con un extraño brillo.


Cuentan que un portón de nubes custodiado por las Estaciones permitía el traslado de los dioses desde el Cielo hasta la Tierra.


Cada uno de los habitantes de la mansión celestial tenía una vivienda propia, pero al ser convocado por Zeus, todos debían acudir a su palacio. Allí discutían los asuntos del Cielo y de la Tierra, mientras saboreaban el néctar y la ambrosía, que eran los alimentos divinos.


Si bien no todos tenían el mismo poder, ninguno de ellos poseía autoridad sobre los demás: nadie deshacía lo que otro había hecho. Sólo se imponía la soberanía de Zeus. Se decía que al mínimo movimiento de sus cejas, temblaba el Olimpo.


Pero el Destino, divinidad ciega, hijo de Caos y de la Noche, escapaba a su voluntad: ni con todo su poder Zeus podía alterar lo que el Destino había decretado.


Los dioses pasaban días, entre festines y deliberaciones, mientras Apolo (el dios de la música) los deleitaba con su lira y las Musas (divinidades de las artes), con el canto de sus melodías. Cuando se ponía el Sol, los dioses se retiraban a sus aposentos de bronce, la Noche llegaba y la morada celestial se cubría de sombras.

Por Marina Puterman

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