viernes, 9 de mayo de 2008

Muerte de Ceix

MUERTE DE CEIX


Presentamos seguidamente al lector la versión integra del mito en la versión que Ovidio nos ha transmitido, traducida por Felipe Payro Carrió (edición de Clásicos Universales Fontana).

"Ceix quiso librarse de la inquietud que le producían funestos presagios. Y después de la muerte de su hermano resolvió ir a Claros para consultar el oráculo de Apolo. No podía ir a Delfos, porque el impío Forbas se había apoderado de los caminos que a ella conducían. Alcione, al ver partir a su marido, se sintió presa de un frío mortal; palideció y derramó un torrente de lágrimas. Tres veces intentó hablar, pero sus llantos y suspiros apagaban su voz. Al fin lanzó esta queja con palabras entrecortadas:

- ¿Qué crimen he cometido para hacerte cambiar de este modo? ¿Dónde está el cariño que por mí sentías? Hoy me abandonas tranquilo y buscas alejarte de mí. ¿Es que quizá quieres probar mi amor con tu ausencia? Si hicieras el viaje por tierra, aunque el dolor fuera el mismo, la inquietud no sería tan grande. Que Eolo, tu suegro, dueño soberano de los vientos, no te inspire una confianza temeraria. Pero, mi querido Ceix, si persistes en este funesto viaje, permitemé al menos que te acompañe para compartir juntos los males que puedan sucedernos.

Estas palabras y las lágrimas de Alcione enternecieron a Ceix. Sin embargo, firmemente decidido a viajar por mar, no permitió que su esposa le acompañase.

- Aunque mi ausencia, por corta que sea, parezca insoportable, te juro, por la brillante luz de mi padre, que si el destino no pone obstáculos invencibles a mi regreso, me verás antes de dos meses.

Efebo en bronce (Museo Nacional de Atenas) procedente de un naufragio en las cercanías de Maratón. Otro naufragio sería la causa de la muerte de Ceix.

A la vista de los preparativos del viaje, Alcione sufrió nuevos dolores y, presintiendo que alguna desgracia podría ocurrirle a su marido, le abrazo con la mayor ternura. Cuando el barco desapareció, se echó sobre su lecho. La habitación le despertaba más el recuerdo de su marido. Sin embargo, la nave se alejaba, y como el viento era favorable, dejaron de remar y tendieron las velas para ir más de prisa. Llevaban ya recorrido casi la mitad del camino, cuando el viento empezó a soplar de una manera violenta. El piloto, por de pronto, mandó recoger velas, pero el ruido de los vientos impedía oírle y el furor de las olas hacía la maniobra imposible. Sin embargo, todo el mundo está ocupado: unos retiran los remos, otros atan planchas a los dos lados para impedir que entre el agua. La tempestad crece y el piloto, extrañado, no sabe qué partido tomar. El peligro es tan grande que pone su pericia en grave aprieto. Todo allí es confusión y espanto. Las aguas, sacudidas por el viento, se elevan hasta el firmamento. El barco, triste juguete de estas aguas, sigue todos los movimientos que ellas le dan. Al fin las nubes ceden, dejando caer agua con tal abundancia que se diría que el cielo se confunde con el mar. Las velas, mojadas, aumentan su peso. Ningún astro brillaba en el cielo, y la tempestad y la noche aumentaron el horror de las tinieblas. El agua continúa atacando el barco con furor. El arte y el valor no sirven de nada, y el piloto, aterrado, cree ver la muerte cada vez que las olas envuelven la embarcación. Cada uno recuerda bien en aquellos trágicos momentos a sus personas queridas. A Ceix sólo le preocupa su Alcione, alegrándose de que no comparta con él el peligro en que se encuentra. Un nuevo golpe de agua vence todos los obstáculos y entra con impetuosidad en el barco, hundiéndolo en el abismo. Una gran parte de la tripulación pereció. Los demás se salvaron sujetos a cuerdas y mástiles. Ceix, sentado sobre una plancha, llamaba inútilmente en su socorro a Eolo y Lucifer (el Lucero del Alba), su padre. Cada vez que las olas se lo permitían, pronunciaba el nombre de Alcione. Una más fuerte que las demás se lo tragó para siempre".

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